sábado, 16 de febrero de 2008

Ráfagas

—El viento es terrible en la calle. Y se ha puesto oscuro. Como si la hora hubiese cambiado de pronto, como si fuera el anochecer.

—La oscuridad

—¡Tantos recuerdos!

—Sí... como ráfagas...

—Como vientos. ¿No escribí o soñé o viví algo acerca del viento? ¿Que el viento se llevaba las palabras? Se trataba de un viento que al principio estaba en la realidad, sí, ahora recuerdo.

”Yo estaba en una mesa al aire libre en el parque 9 de Julio escribiendo con rapidez. Seguía y seguía vertiginosamente y no sabía cómo iría a terminar el relato, cuando en ese momento empezó a soplar un viento terrible, que formaba remolinos a mi alrededor. El viento tiraba mesas y sillas y se llevaba los manteles a cuadritos rojos. Entonces supe que debía utilizar ese viento enloquecido para finalizar mi relato.

”El relato trataba del encuentro entre una mujer y su padre muerto; un encuentro que dependía de un paso, de la creencia de ella en la posibilidad de dar ese paso. Y cuando al final es él, el padre, el que se levanta de la silla y deja el libro que está leyendo y se dirige hacia ella y se abrazan, entonces aparece el viento que enloquece las hojas del libro y se borran las palabras.”

—Allí está el viento, sí.

—También escribí un relato al que llamé “Venteveo”, con v, cuando en realidad se trata de un pájaro que aparece sorpresivamente y se llama benteveo (que creo significa “bien te veo”), pero con el cambio ortográfico cambiaba el sentido vent-e-veo/ven te veo (ven que te veo) o vente veo (viento veo).

”Este cambio anterior me autoriza, creo yo, a realizar un cambio ahora y jugar con ambas palabras: Viento --- Vien-to --- bien-te

venteveo---bente veo----bien te veo

bien te veo.”

—Aunque esté en la oscuridad...


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