—El viento es terrible en la calle. Y se ha
puesto oscuro. Como si la hora hubiese cambiado de pronto, como si fuera el
anochecer.
—La oscuridad
—¡Tantos recuerdos!
—Sí... como ráfagas...
—Como vientos. ¿No escribí o soñé o viví algo
acerca del viento? ¿Que el viento se llevaba las palabras? Se trataba de un
viento que al principio estaba en la realidad, sí, ahora recuerdo.
”Yo estaba en una mesa al
aire libre en el parque 9 de Julio escribiendo con rapidez. Seguía y seguía
vertiginosamente y no sabía cómo iría a terminar el relato, cuando en ese
momento empezó a soplar un viento terrible, que formaba remolinos a mi
alrededor. El viento tiraba mesas y sillas y se llevaba los manteles a
cuadritos rojos. Entonces supe que debía utilizar ese viento enloquecido para
finalizar mi relato.
”El relato trataba del
encuentro entre una mujer y su padre muerto; un encuentro que dependía de un paso,
de la creencia de ella en la posibilidad de dar ese paso. Y cuando al final es
él, el padre, el que se levanta de la silla y deja el libro que está leyendo y
se dirige hacia ella y se abrazan, entonces aparece el viento que enloquece las
hojas del libro y se borran las palabras.”
—Allí está el viento, sí.
—También escribí un
relato al que llamé “Venteveo”, con v, cuando en realidad se trata de un pájaro
que aparece sorpresivamente y se llama benteveo (que creo significa “bien te
veo”), pero con el cambio ortográfico cambiaba el sentido vent-e-veo/ven te veo
(ven que te veo) o vente veo (viento veo).
”Este cambio anterior me
autoriza, creo yo, a realizar un cambio ahora y jugar con ambas palabras: Viento
--- Vien-to --- bien-te
venteveo---bente veo----bien
te veo
bien te veo.”
—Aunque esté en la
oscuridad...
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