sábado, 23 de febrero de 2008

Hojas de otoño

Esta es la historia de un día de otoño que, extraviado, apareció en pleno invierno. Yo, que había identificado el otoño como la estación en la que las hojas caen, me sorprendí ese día, 1° de enero, en la ciudad de Valencia, cuando vi que los árboles, en las calles de la ciudad, eran azotados por un viento otoñal.

Veinte días desde el comienzo del invierno. Sin embargo, como la reaparición abrupta de un recuerdo olvidado, estaba ahí ese embrollo de hojas secas, enormes y ruidosas, sobre las aceras, sobre los automóviles, sobre los techos de las casas, sobre los balcones. Hasta sobre mí misma.

Algunas, en su corrida desordenada, chocaban con las bolsas que cargaba, inevitablemente. Insatisfechas, buscando, se arremolinaron en mi pecho, y antes de que pudiera reaccionar se estamparon contra mi rostro. Podrían haber sido sombras, pero el roce de tela áspera las hacía reales. Las arranqué de mi boca, de mi frente. Pero la textura de esas hojas permaneció como un mal recuerdo.

Eran de otoño el día y también el viento. Pero no supe cuál de los dos había traído al otro. De todos modos, lo que me resulta difícil olvidar es el extravío.


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sábado, 16 de febrero de 2008

Ráfagas

—El viento es terrible en la calle. Y se ha puesto oscuro. Como si la hora hubiese cambiado de pronto, como si fuera el anochecer.

—La oscuridad

—¡Tantos recuerdos!

—Sí... como ráfagas...

—Como vientos. ¿No escribí o soñé o viví algo acerca del viento? ¿Que el viento se llevaba las palabras? Se trataba de un viento que al principio estaba en la realidad, sí, ahora recuerdo.

”Yo estaba en una mesa al aire libre en el parque 9 de Julio escribiendo con rapidez. Seguía y seguía vertiginosamente y no sabía cómo iría a terminar el relato, cuando en ese momento empezó a soplar un viento terrible, que formaba remolinos a mi alrededor. El viento tiraba mesas y sillas y se llevaba los manteles a cuadritos rojos. Entonces supe que debía utilizar ese viento enloquecido para finalizar mi relato.

”El relato trataba del encuentro entre una mujer y su padre muerto; un encuentro que dependía de un paso, de la creencia de ella en la posibilidad de dar ese paso. Y cuando al final es él, el padre, el que se levanta de la silla y deja el libro que está leyendo y se dirige hacia ella y se abrazan, entonces aparece el viento que enloquece las hojas del libro y se borran las palabras.”

—Allí está el viento, sí.

—También escribí un relato al que llamé “Venteveo”, con v, cuando en realidad se trata de un pájaro que aparece sorpresivamente y se llama benteveo (que creo significa “bien te veo”), pero con el cambio ortográfico cambiaba el sentido vent-e-veo/ven te veo (ven que te veo) o vente veo (viento veo).

”Este cambio anterior me autoriza, creo yo, a realizar un cambio ahora y jugar con ambas palabras: Viento --- Vien-to --- bien-te

venteveo---bente veo----bien te veo

bien te veo.”

—Aunque esté en la oscuridad...


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sábado, 9 de febrero de 2008

Arena ingobernable

Yo, que casi nunca necesito algo, hoy he deseado caminar por la playa justo cuando el viento rugía por mi calle.

¿Qué esperaba encontrar en una playa donde la arena sería ingobernable?

Deseaba, tal vez, recibir en el rostro, en el cabello, en el cuerpo todo, la fuerza de otro cuerpo desbaratado en miles de partículas. ¿No es eso, acaso, un cuerpo?

Pero me faltó valor para correr hasta la playa. Y en pago, me invadió el vacío de mi alrededor vacío: una habitación silenciada en el orden de las cosas.


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sábado, 2 de febrero de 2008

Los juegos simples

Todo se ha trastocado: el invierno por el otoño; el viento por la nieve; el susurro silabeante de las hojas secas sobre las aceras impávidas por la ilusión ingrávida de los copos blancos. Blancos como el nacimiento insonoro del amor derramado sobre una acera.
Todo se ha trastocado. El viento arrasa cuando la nieve debía caer blandamente. Las nubes oscurecen la media mañana cuando un sol tenue de invierno debía entibiarme: caricia dada por momentos. Una ventana rechina. Y yo, inerme, veo arrastrarse los juegos simples: el columpio, el sube y baja, la casita de las escondidas, los escalones de madera, los hierros de colores del globo terráqueo y también los cuerpos partidos de los dos muñecos que aguardaban a que volviéramos juntos.

Todo se ha trastocado.


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